¿Cómo están diseñadas nuestras ciudades? ¿Bajo la lógica de la “normalidad” o aquella de la diversidad funcional? ¿Están hechas para ser eficientemente habitables, con autonomía?
Por Cristina Vargas. 15 abril, 2024. Publicado en Diario El Peruano 24 de febrero del 2024Cuando uno transita las calles de muchas de nuestras ciudades –y pienso ahora mismo en la que vivo, Piura–, nos percatamos de que estas han sido pensadas, en mucho, solo para las personas que no tienen ningún tipo de discapacidad. Un claro ejemplo de ello lo tenemos cuando una persona de la tercera edad debe idear una serie de ‘estrategias’ para subir altas gradas donde no hay escalinatas, o evitar rampas que son tan empinadas que, más que una ayuda, se convierten en potenciales peligros para su bienestar físico.
En suma, nuestras ciudades son inaccesibles. Nos imponen barreras asociadas al entorno urbano o edificatorio, al transporte y sistema de movilidad, a la interacción con el entorno, entre otras, tal como se registra en el Plan Nacional de Accesibilidad, 2018-2023, cuya vigencia se ha prolongado hasta el 2025.
En esa medida, queda claro que nuestros espacios públicos –veredas, plazas, vías…– han sido realizados sin considerar que los seres humanos no transitamos durante toda nuestra vida en un estado de bienestar físico absoluto o de “normalidad” –como se lee en el documento ya aludido–, sino que las personas podemos vivir con una discapacidad permanente o temporal. A ello hay que sumarle que a medida que avanzamos en edad, las discapacidades aparecen o se acentúan, especialmente después de los 70 años.
Tampoco podemos olvidar que en Latinoamérica se está viviendo un proceso de envejecimiento de la población que en las siguientes décadas cambiará fuertemente nuestra pirámide poblacional. Según las proyecciones de los investigadores sociales, al 2035, el Perú estará en el grupo de países en fase “moderadamente avanzada” de envejecimiento (Huenchuan, 2018, p. 33).
Ante la constatación de un envejecimiento poblacional general han surgido acciones que suman para hacer que nuestras ciudades sean accesibles, como la Red Mundial de la OMS de Ciudades y Comunidades amigables con las personas mayores (GNFACC en inglés). Esto no solo promueve la habitabilidad, sino que además las puede convertir –según su atractividad en algún ámbito– en interesantes destinos para el turismo gerontológico. Pese a que en el mundo hay más de 900 ciudades amigables con este segmento de la población, en el Perú solo una (Miraflores-Lima) forma parte de la red. Convertir una ciudad en accesible es pensarla bajo las lógicas del diseño universal y, por lo tanto, resulta una inversión que beneficiaría finalmente a todos. Adaptar nuestras ciudades también va en sintonía con el cumplimiento de nuestro marco normativo y político, en los diferentes niveles de gobierno, como con la norma A.120 sobre accesibilidad para las personas con discapacidad y adultas mayores; o la Política Nacional Multisectorial sobre Discapacidad para el Desarrollo al 2030, por mencionar dos ejemplos. Los gobiernos regionales y locales también tienen funciones por cumplir en los diferentes ámbitos, lo que implica la consecución de entornos que favorezcan una vida en igualdad de condiciones, objetivo que ha sido reforzado en la Matriz de metas 2024-2025 del Plan Nacional de Accesibilidad, aprobada en febrero último.
Por otro lado, velar por su cumplimiento nos concierne a todos. Sin embargo, para ello es necesario que haya una conciencia de la accesibilidad como un derecho y eso supone su difusión, como ya se ha recogido en la matriz de metas mencionada y que, ahora, debe ponerse en marcha.
Pensar en ciudades accesibles implica también transformarlas desde la perspectiva del desarrollo sostenible, generando espacios más seguros y resilientes. En esa línea, debe entenderse como una inversión, pues “en comparación con los beneficios, el costo es mínimo”, como afirma la ONU. Y en ese camino, es importante fortalecer la franca escucha de las comunidades, de sus principales beneficiarios, sobre cómo esperan sus ciudades más accesibles y vivibles. Y evaluar con ellos las transformaciones.
Este año del bicentenario, la reflexión sobre el Perú de doscientos años después de la independencia implica mirar el país en el futuro, incluso en aspectos tan cotidianos y tan relevantes, a la vez, como la habitabilidad de nuestras ciudades, bajo lógicas de accesibilidad e inclusión, lo cual también es una apuesta por la mejora de la calidad de vida de las poblaciones. Quizás, este sea el año para reforzar el accionar y hacer nuestras ciudades más accesibles, para todos.